domingo, 14 de septiembre de 2014

La glutamina

Anoche tuve una cita, pero no cualquier cita, una cita online para Comprar glutamina. Recuerdo que en la tarde quede con ella para vernos a media noche. Llegó unos minutos tarde y no me importó, cómo me iba a importar si soy la mujer más impuntual que conozco. Después de andar y andar encontramos una cafetería y allí estuvimos hablando y riendo sin parar.

Me encantó la facilidad con la que nos iban surgiendo los temas de los que hablar y lo de acuerdo que estábamos en todos y cada uno de ellos. La noche era mágica. Le comenté que deberíamos ir a otro sitio y tras pagar a un impaciente por cerrar camarero, paramos en un sitio más oscuro, más clásico, más íntimo, más solitario. Allí, igual que en el otro café, fuimos hablando de mil cosas que se nos iban ocurriendo. Rondando la 1:30 de la madrugada, me cogió de la mano y me preguntó si podía ir a la sala de fumadores, le dije que no importaba y en aquella mesa me quedé esperándola.

 Todavía no le había dado su regalo, un libro y un disco, la insoportable levedad del ser y endorfinas de la mente, así que los saqué de la bolsa y me quedé leyendo un poco el libro hasta que alrededor de las 2 de la madrugada un joven y cansado camarero me advirtió de que iban a cerrar. Le pregunté qué le debía y me dijo que nada. Me asomé a la sala de fumadores y estaba apagada. El camarero me dijo que la señorita que estaba conmigo charlando se había ido. Decepcionada y a la vez confusa miré en los aseos pero no la encontré. Salí corriendo a la calle y se puso a llover. Calada hasta los huesos y perdida fui recorriendo calles extrañas sin encontrar la Glutamina.

Hacía frío, odio las tontas lluvias de verano. Paseando y ya asimilado el hecho de que me había quedado sola de nuevo, una silueta a lo lejos me hizo pensar que era ella, le di un toque, pero la silueta no hizo ademán de coger el móvil, es más se montó en un taxi y se fue. Tras toda esa avalancha de circunstancias adversas me fui a la estación. No me gusta nada el silencio y la grandiosidad de una estación de trenes en la madrugada, es algo superior a mí fuente.


En la sala de espera de aquella gran estación no había nadie, solo se escuchaba mi respiración y un viejo tango de Gardel que arrancaba los últimos quejidos a esa noche tan particular. Cuando llegó mi tren sonreí, me acerqué, miré su nombre: "tren de los sueños", subí y comencé a soñar. De ella todavía no sé nada.

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